Durante el siglo XVIII español, el concepto de opinión pública equivalía a “opinión de la multitud”, normalmente expresada a través de una reunión masiva. A finales de este siglo, sin embargo, empieza a adquirir connotaciones cualitativas y adquiere las notas propias que le otorgaría el liberalismo, como instrumento de guía y control del gobernante.
La Edad Media cambiará los términos de las referencias antes planteados por el de la fe y que no serán abandonados sino con el Renacimiento. Será Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe, quien desarrollará las ideas básicas de la comunicación política entre gobernantes y gobernados.
La Edad Media, una etapa histórica que se considera “oscura” para el devenir de las artes y de las ciencias, se caracterizaba por un orden que emanaba de Dios y, por tanto, inmutable, en el que cada hombre tenía unas funciones. Sin embargo, será a partir de las revoluciones burguesas y de la alianza entre el pueblo y la burguesía cuando las clases populares comenzaran a sentirse un sujeto político activo.
En la Edad Media, desaparecerá totalmente la esfera pública y se asentará un régimen de publicidad representativa, en el cual la nobleza dominante se contentaba con ofrecer al pueblo el espectáculo del poder. El siglo XVIII es el siglo vital en la conquista o en el resurgimiento de lo que se denomina “espacio público”, sobretodo en Francia y en Inglaterra. La clase burguesa, en ascenso en la Europa Occidental y en lucha contra las prerrogativas del Estado Absolutista, logró crear un espacio de debate entre el Estado y la sociedad civil.
Con las primeras revoluciones burguesas, se articula un espacio público que ofrece a los ciudadanos la posibilidad de debatir y discutir el ejercicio del poder estatal. Este debate estimuló el pensamiento crítico y racional gracias a instituciones como los periódicos, los círculos literarios y los cafés: “La publicidad políticamente activa no está ya subordinada a la idea de una disolución del poder: más bien ha de servir al reparto de éste; la opinión pública se convierte en una mera limitación del poder. A partir de entonces hay que procurar que ese poder más fuerte no aniquile a todos los demás. La interpretación liberalista del Estado burgués de derecho es reaccionaria: reacciona frente a la fuerza adquirida en las instituciones de ese Estado por la idea de autodeterminación de un público raciocinante tan pronto como éste es transformado por la entrada de las masas, incultas y desposeídas . En este sentido, fue fundamental el papel de las casas de café en Gran Bretaña y de los salones en Francia para el afianzamiento de unos nuevos espacios públicos donde se discutía de diversos temas. El descubrimiento de América, las guerras, las novedades literarias o las noticias cortesanas eran los temas más comentados en estos lugares. Al principio, estos espacios eran bastante restrictivos para todos aquellos que no pertenecieran a la aristocracia. Sin embargo, con el paso del tiempo se fueron abriendo y pudo acceder la burguesía. Además, los asuntos políticos hicieron acto de presencia en estos salones y casas de café. Con las primeras revoluciones burguesas y el auge de la prensa, el espacio público fue extendiéndose a amplias capas de la población. Esto permitió que un cierto grupo de ciudadanos empezara a emitir sus propias valoraciones sobre los asuntos de interés general.
La separación entre lo público y lo privado permaneció por varios años a lo largo de la Edad Media, perdiendo gran parte de su significación, pero no por completo. En efecto, tras la caída del Imperio Romano, la iglesia Católica ofreció a los hombres un sustituto a la ciudadanía que anteriormente había sido prerrogativa del gobierno municipal. La tensión medieval entre la oscuridad de la vida cotidiana y el grandioso esplendor que presentaba y esperaba a lo sagrado, corresponde al ascenso de lo privado a lo público en la antigüedad.
Al decir del historiador Slavery Barrow, “mientras que cabe identificar con cierta dificultad lo público y lo religioso, la esfera secular bajo el feudalismo fue por entero lo que había sido en la antigüedad la esfera privada. Su característica fue la absorción, por la esfera doméstica, de todas las actividades y, por tanto, la ausencia de una esfera pública”.El testimonio y legado de la cristiandad, que marcó un hito en la historia de Occidente y que partió en dos el transcurrir histórico, es decir, Antes y Después de Cristo, ahonda aún más la brecha existente entre lo público y lo privado.
San Agustín, entre otros, es referente obligado para incursionar en esta temática: “La moralidad cristiana, diferenciada de sus preceptos religiosos fundamentales, siempre ha insistido en que todos deben ocuparse de sus propios asuntos y que la responsabilidad política constituía una carga, tomada exclusivamente en beneficio del bienestar y salvación de quienes se liberan de la preocupación por los asuntos públicos”. Ahora bien, la bondad en el sentido absoluto, diferenciada de lo “bueno para” o lo “excelente” de la antigüedad griega y romana, se conoció en nuestra civilización con el auge del cristianismo. El famoso antagonismo entre el primer cristianismo y la res pública, tan admirablemente resumido en la frase de Tertuliano “nec ulla magisres aliena quam pública” (ninguna materia nos es más ajena que la pública), se entiende como una consecuencia de las tempranas expectativas escatológicas que sólo perdieron su inmediato significado cuando la experiencia demostró que incluso la caída del Imperio Romano no llevaba consigo el fin del mundo.
La hostilidad de la jerarquía cristiana hacia lo público y la tendencia al menos en los primeros cristianos de llevar una vida lo más alejada posible de la esfera pública, puede también entenderse como una consecuencia evidente de la entrega a las buenas acciones, independiente de todas las creencias y esperanzas. El ejemplo que recrea esta aseveración lo constituye el hecho de que en el momento en que una “buena acción” se hace pública y conocida, pierde su específico carácter de bondad. Entre tanto, cuando aquella se presenta de manera abierta, deja de ser bondad, aunque para la moral cristiana puede seguir siendo útil como caridad organizada o como acto de solidaridad. Incluso, un postulado de la cristiandad establece como regla para sus seguidores “el procurar que las limosnas no sean vistas por los hombres”.
La bondad, entonces, sólo existe cuando no es percibida. Quien se ve desempeñando una buena acción, deja de ser bueno. Por lo tanto, “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.
Fuentes:
Historia y crítica de la opinión pública. Jürgen Habermas
la edad media es ala vez una serie de catastrofes pero en el fondo nos relata la realidad y desdichas
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Eliminargracias por su ayuda :)
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